martes, 16 de noviembre de 2010

Estudiar al enemigo

(Publicado en La Vanguardia el 15 de julio de 2010)

El laboratorio del Institut de Ciències del Mar investiga el ciclo reproductivo de las medusas para lograr dominarlas

Nuria Vázquez (BARCELONA).
Lo que debería ser un refrescante chapuzón en el mar durante los meses de verano puede convertirse, de nuevo, en una carrera de obstáculos urticantes hasta la orilla. Los bañistas que acudan a las playas catalanas deberán empezar a acostumbrarse a las medusas, pues su presencia es un fenómeno inevitable, aunque sí predecible. Al menos así es para el Institut de Ciències del Mar (ICM) y la Agència Catalana de l'Aigua (ACA), que colaboran conjuntamente en el Proyecto Medusa desde el año 2007. Se trata de una prueba piloto que se apoya en tres pilares básicos: ampliar el conocimiento sobre estos organismos, consolidar la red de observación de medusas en el litoral catalán y divulgar los conocimientos e informar a la población. Para ello, cada día recorren las playas de Catalunya un total de 17 inspectores, 41 embarcaciones y una avioneta, que realiza dos vuelos diferentes, por el norte y por el sur.

Precisamente este último método de control es el que presenta la novedad de la campaña: la instalación de una videocámara que, financiada por el zoo de Barcelona, podrá registrar en un futuro todos los vuelos que se produzcan en mar abierto y detectar, así, la presencia de bancos de medusas, manchas de alquitrán o decoloraciones, entre otros. La necesidad social y la impresión de que cada vez hay más medusas en las playas catalanas fue lo que llevó al ICM a realizar un estudio más detallado sobre el comportamiento y evolución de estos seres. Por ese motivo, en su laboratorio disponen de un gran número de acuarios con varias especies, donde estudian el proceso de reproducción de las medusas que se encuentran en el litoral catalán e intentan controlar, así, su presencia en las playas.

Se trata de las primeras instalaciones en el mundo que tienen en cultivo las especies Cotylorhiza tuberculata, Rhizostoma pulmo y Pelagia noctiluca, tres de los cuatro ejemplares más comunes en la zona del mar Mediterráneo. Tras diez años de investigación, las conclusiones son claras: las medusas son un fenómeno cada vez más extendido, tienen un comportamiento cíclico y su presencia es más abundante durante los meses de primavera, cuando apenas hay bañistas. El responsable del proyecto Medusa, Josep Maria Gili, declara que “el único lugar donde no se ha de tener alarma es en Catalunya. Así que, de cara al verano, alerta sí, pero alarma no”. Sin embargo, añade que, para él, todavía hay que combatir el problema de la falta de información: “Se han impreso folletos informativos, se han colgado en la red protocolos de actuación ante la picada de una medusa y ha mejorado la atención de los socorristas en las playas, pero falta información en las farmacias y en los hoteles”.

El desahogo puede costar muy caro

(Publicado en La Vanguardia el 17 de agosto de 2010)

Agentes de la Guardia Urbana de paisano multan con 180 euros a los incívicos que orinan en la calle

Nuria Vázquez (BARCELONA).
“Somos policías. Cuando acabe de orinar, enséñeme su documentación”. Los que anoche decidieron no utilizar los baños portátiles del barrio de Gràcia se arriesgaban a escuchar esta frase detrás suyo y encontrarse, al terminar, a cuatro agentes de paisano con una placa escondida bajo la camiseta. El rápido desahogo que puede significar evitar la cola de uno de estos lavabos puede convertirse, de repente, en un apuro por el que pagar caro: exactamente 180 euros. Denuncias por actos incívicos como éste o por la venta ambulante son las que protagonizaron la primera jornada con actividades nocturnas de las fiestas de Gràcia, aunque el Ayuntamiento no quiso facilitar cifras exactas.

Agentes de la UNOC (Unidad Nocturna Operativa Centralizada) de la Guardia Urbana vigilan las calles del distrito barcelonés cada noche para combatir, sobre todo, estas dos prácticas ilegales. Caminan entre la gente dispersados pero atentos a sus compañeros, adentrándose en la multitud como si ellos también se dispusieran a pasar una noche de fiesta. Aparentemente no se aprecia que todos ellos llevan encima lo estrictamente necesario para trabajar: placa, esposas, pistola, porra... deben idear nuevas fórmulas, como llevar las esposas de plástico para que no pesen tanto, para conseguir pasar desapercibidos. Y lo consiguen. Cuando sólo llevan diez minutos patrullando, aparece el primer latero, de nacionalidad extranjera, y se cruza con ellos sin sospechar que se acaba de convertir en el objetivo de aquellos hombres. Recita la ya tradicional frase que invita a comprar cerveza fría, hasta que se ve rodeado por los agentes, que le piden la documentación. No muestra resistencia, sólo deja las latas en el suelo mientras probablemente maldice interiormente el momento en el que giró por esa esquina y no por la siguiente. No tiene la documentación en regla, por lo que, además de pagar multa de 250 euros por vender latas de manera ilegal, deberá esperar a que aparezca el furgón de la Guardia Urbana y le traslade a las dependencias de la Policía Nacional.

Mientras tanto, varias personas, ajenas a la situación, se acercan a él preguntando el precio de la lata. “¿Usted sabe lo que está consumiendo?”, advierte uno de los policías a un joven que se disponía a comprar. El intendente mayor de la Guardia Urbana, Jesús Hernando, explica que “se trata de una cuestión de higiene”, ya que los vendedores ambulantes esconden la mercancía –en ocasiones también llevan comida- en alcantarillas y papeleras hasta que se aseguran de que no hay control policial alrededor. Además, si no venden todas las latas en una noche, las ponen en el congelador unas horas para venderlas al día siguiente y que se mantengan frías el máximo tiempo posible, explica un policía.

Los propios agentes de la UNOC reconocen que llevan a cabo pocas actuaciones para perseguir a los compradores de la venta ambulante, y afirman que quizá sería otra solución para combatirla. Muchos ciudadanos, además, desconocen que comprar este tipo de productos conlleva una multa de 180 euros. Hasta el día 21 de agosto, continuarán con un trabajo que ellos mismos definen “como los perros que buscan trufas”.

martes, 9 de noviembre de 2010

Los dramas personales no cierran por vacaciones

(Publicado en La Vanguardia el día 6 de agosto de 2010)

Algunos servicios sociales flaquean en verano, disminuyen su competencia y corren el riesgo de dejar descubiertos a los usuarios

Nuria Vázquez (BARCELONA)
El sistema de atención a las personas, a veces, afloja su intensidad, sobre todo en verano. Algo tan simple como una descoordinación de sustituciones en el periodo estival puede provocar que la organización se tambalee a la hora de atender vivencias que pueden considerarse dramáticas. Situaciones provocadas por una suma de desafortunados incidentes que suponen un callejón sin salida para quien las vive. Es el caso de Jordi Riembau, un joven de 25 años con una discapacidad física del 84% que le obliga a permanecer en una silla de ruedas. Padece una parálisis cerebral producida por la falta de oxígeno que tuvo en el momento de su nacimiento. Vive en un piso del centro de Barcelona que no está adaptado a sus necesidades. Por ese motivo, para salir a la calle, entre otras tareas, necesita la ayuda de su madre, quien tiene que bajar la silla de ruedas por las escaleras primero y, posteriormente, ayudarle a él.
Remei tiene 63 años y le acaban de diagnosticar un cáncer en la médula ósea que le obliga a permanecer en reposo. El pasado mes de junio tuvo que ingresar tres semanas en el hospital Clínic de Barcelona, donde recibió quimioterapia.

Durante ese tiempo, Jordi se quedó solo en casa sin poder valerse por sí mismo para tareas básicas como cocinar o salir a la calle. Entre las ayudas que le correspondían, según afirma que le dijo su asistenta social, se encontraban una trabajadora familiar, durante una hora, para ayudarle en su aseo diario y un voluntario de la Creu Roja que, según asegura, nunca llegó. Se trata de una situación que quizá podría haberse solucionado rápidamente en cualquier otro momento, pero que Jordi tuvo la mala suerte de vivir en pleno verano. Declara haber llamado insistentemente a su asistenta social para solicitar su ayuda, pero estaba de vacaciones. Desconoce si derivó sus pacientes a algún sustituto pero, durante su ausencia, él no obtuvo respuesta por parte de los servicios sociales. Y fue en ese momento cuando empezó el sinfín de actuaciones burocráticas. Contactó con el Síndic de Greuges, quien aseguró no poder ayudarle porque no era su competencia. Posteriormente acudió a Benestar Social, donde le recomendaron intentar un cambio de centro sanitario en un distrito diferente al suyo, en el que le denegaron el cambio, precisamente, por no pertenecer a él. Fue allí donde le informaron del procedimiento que debía seguir para solicitar un cambio de asistenta: pedírselo a ella misma o, en su defecto, a la directora del centro, de vacaciones hasta el día 1 de septiembre. La siguiente llamada fue a los servicios sociales de urgencia, donde le pidieron un informe de su asistenta social para poder efectuar una valoración y decidir, así, si se llevaba a cabo o no una actuación. Según explica, no supieron decirle el tiempo estimado que tardarían en todo el proceso.

Mientras tanto, Jordi consiguió que el hospital Duran i Reynals-ICO, en l'Hospitalet del Llobregat, le ayudara. A través de una amiga suya que trabaja allí, su caso llegó a la dirección del centro y optaron por ingresarlo temporalmente. Pero su estancia tenía fecha de caducidad, y él era consciente: el día 10 de agosto deberá abandonar el hospital y volver a casa.

jueves, 7 de octubre de 2010

Fronteras blindadas

Nuria Vázquez (BARCELONA)
Región de Nabus, Palestina. Un hombre palestino se dirige hacia el pueblo vecino para visitar a su hermana, viuda desde hace sólo 24 horas. Al llegar a la frontera, un soldado israelí le impide el paso. Observa con detenimiento su documento de identidad y empiezan las preguntas: ¿A dónde se dirige? ¿Por qué? ¿Cuánto tiempo se quedará allí? ¿A que hora volverá? Todas ellas formuladas con un tono desconfiado y chulesco que provoca cierto temor en el palestino. Un hombre de unos sesenta años dándole explicaciones a un joven de apenas veinte. Unos ojos asustados que se humillan ante una mirada de superioridad, respaldada simple y llanamente por su país de origen: Israel.

Son las fronteras de Palestina, donde cada día pasan por allí centenares de sus habitantes. En las que se han visto obligados a pasar alguna noche por el simple capricho de los soldados que las custodian. “Nadie sabe lo que pasamos aquí”, dice uno de ellos mientras aguarda su turno para poder cruzar la frontera. Precisamente para que se sepa, un equipo de periodistas se dirigió hacia la zona y realizó un documental: Checkpoint. Un conjunto de imágenes escalofriantes donde la realidad parece superar la ficción. Diferentes historias personales que buscan un mismo objetivo: cruzar los confines prohibidos. Entrar al pueblo vecino sin necesidad de dar explicaciones a los soldados que la custodian. Son hombres palestinos que se ven obligados a agachar la cabeza, humillados. Vidas humanas que cada día se preguntan qué es exactamente la libertad.

Al otro lado de la frontera, un grupo de soldados son conocedores de su poder, sin saber bien por qué lo tienen. Jóvenes veinteañeros que se definen como “la policía fronteriza, los números uno”. Que pierden el respeto –el que quizá nunca tuvieron- por todo aquel que intente cruzar al otro lado. Los consideran inferiores. “Ellos son animales, nosotros humanos”, aseguran.

Situaciones escalofriantes que podrían ser el argumento de un filme dramático, incluso de terror. Lo dramático, en realidad, es que no es otra cosa que la vida real.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Percibir el aliento de la muerte

Cuando el corresponsal de guerra se enfrenta a su propio rival: el miedo

Nuria Vázquez (BARCELONA).
Sentir que un escalofrío recorre tu espalda de arriba a abajo. Contraer los músculos de todo el cuerpo. Vivir en un estado de alarma constante. Percibir la angustia de un peligro siempre presente. Tener miedo. A las bombas, a los soldados y a la batalla. Pero, sobre todo, a los disparos de los “para qué”. El temor, el mayor enemigo del corresponsal de guerra, se convierte desde el primer momento en su única sombra. Junto a él, otros ‘compañeros’ lo escoltan en el campo de batalla: la inseguridad, la desesperanza y la incertidumbre.

Sentir miedo para mantenerse vivo
Atrás queda el viejo tópico de que el miedo sólo afecta a los más débiles. Incluso periodistas de la talla de Ryszard Kapuscinski –para muchos, uno de los mejores corresponsales por ser siempre el último que abandonaba el campo de batalla- confiesan haber pasado por momentos de debilidad: “escribía llevado por un impulso de lo más egoísta, me obligaba a romper mi parálisis y depresión internas para redactar un texto, por más breve que fuera, y a mantener la comunicación con Varsovia, que era lo único que me salvaba de la soledad y el sentimiento de abandono”.

Un periodista muerto ya no sirve en el campo de batalla. Y la misma eficacia es la de un profesional bajo un estado de shock. Su impacto emocional impide que pueda cumplir su objetivo: cubrir una información y difundirla.
Pero en la guerra, donde reina la sinrazón, la teoría no se aplica a la práctica. Mercedes Gallego, la primera reportera española que acompañó a las tropas estadounidenses en Irak, narraba así su desesperación: “Me acosté de nuevo con lágrimas en los ojos. En el oscuro horizonte de la noche cerrada el resplandor de la batalla seguía rompiendo la paz. Cada uno vivía sus dramas personales y el mío era mantener la cordura. Al día siguiente nos tocaría recoger los bultos y volver al camión. Nada se detendría y había que seguir adelante, sí o sí”.

Trabajar sintiendo el aliento de la muerte a todas horas, en todas partes. Poder rozarla, casi palparla. Y hacerlo con un solo compañero: el miedo. Un sentimiento incómodo pero necesario en esta profesión. Determinante para retirarse a tiempo y alejarse de lo que Pérez Reverte define como “territorio comanche: donde el instinto te dice que pares el coche y des media vuelta. (…) Donde no ves los fusiles, pero los fusiles sí te ven a ti”. Una sensación que los corresponsales de guerra piden a gritos cuando los límites entre la vida y la muerte son difusos. Cuando lo necesitan para sentirse vivos porque, en alguna otra ocasión, ya se han sentido muertos.

sábado, 2 de octubre de 2010

Los maltratos maquillados

Jueces que conceden órdenes de alejamiento sin suficientes indicios. Abogados que aconsejan a sus clientas que denuncien por malos tratos aunque no los haya. Policías que detienen a hombres sabiendo que son inocentes. Mujeres que se inventan hechos que no han ocurrido… cada día se registran, en España, 400 denuncias por malos tratos pero, ¿cuántas de ellas son reales?

Nuria Vázquez (BARCELONA)
Mujeres “sin ningún escrúpulo ni respeto por las que están padeciendo situaciones terribles sin atreverse a denunciar”. Así las define la jueza María Sanahuja, magistrada de la Audiencia Provincial de Barcelona y miembro de Jueces por la Democracia y la Plataforma Otras Voces Feministas. Habla de aquellas mujeres que, por su propia conveniencia, denuncian por malos tratos a sus parejas sin haberlos recibido. Que conocen perfectamente, o les han hecho conocer, el proceso que se llevará a cabo en cuanto acudan a la comisaría: la policía trasladará al juzgado la denuncia y citará a ambas partes para que el juez tome una decisión en unas horas. La única prueba: su propia palabra. Estas mujeres saben que, en tal caso, se pasará por alto la presunción de inocencia. Su marido será expulsado del hogar automáticamente.

La justicia no siempre hace honor a su nombre. A menudo se llevan a cabo trámites judiciales con fines que poco tienen que ver con perseguir a quien comete delitos. “Todo ello no está controlado ni contabilizado, porque la justicia de este país no controla ni lo que tramita”, sentencia Sanahuja, “las estadísticas judiciales son aproximadas y confeccionadas manualmente”. 
Un panorama desolador para quienes confían en la pureza de las leyes. Como muchos de estos hombres que son denunciados falsamente con un único fin: que la parte denunciante resulte beneficiada. Quedarse con la custodia de los hijos o con unos cuantos euros más en el monedero a final de mes. Para esta jueza, “muchos hombres que han sido objeto de una denuncia falsa y tienen pruebas para demostrarlo no lo denuncian porque, si tienen hijos en común, enconar el conflicto perjudica su relación con ellos, e incluso pueden verse alejados”.

Jesús Arapiles, fundador de la Oficina del Defensor del Hombre y sus Hijos, lleva años luchando contra este tipo de prácticas. Su indignación le lleva a referirse al Instituto de la Mujer como el “Instituto Contra el Hombre”. Atribuye gran parte de culpa a los médicos forenses. Según él, “como si él lo hubiera presenciado, siempre añadirá por escrito el canallesco dato de que ese moratón o dolencia habrá sido por agresión de la ‘víctima’ que la mujer le haya contado”.

La figura de la mujer era, antaño, símbolo de inferioridad y debilidad. Hoy, ha pasado a ser suficiente para detener inmediatamente a un hombre y acordar una orden de alejamiento expulsándolo, automáticamente, de su domicilio familiar. Un total desequilibrio entre una situación y otra en la que no se ha encontrado un punto medio. El motivo, para Sanahuja, es “un Código Penal excesivo y una práctica policial y judicial que actúa por miedo y autoprotección, para que no pueda afirmarse en los medios de comunicación que no hemos hecho nada. Por eso hacemos ver que hacemos algo, con muy escasa eficacia”.
Mujeres aterradas incapaces de utilizar los beneficios de una ley, frente a mujeres que la utilizan de una manera aterradora. De nuevo el desequilibrio en la balanza de la justicia.

La Ley Integral contra la Violencia de Género fue aprobada por unanimidad por el Parlamento. Se creó con un objetivo bienintencionado: acabar de raíz con la violencia que provoca la muerte a muchas mujeres. Hoy, cuatro años más tarde, mueren las mismas que antes. Algo falla en el sistema judicial, y los jueces lo saben. La solución, para la magistrada, “no vendrá de un feminismo victimista y revanchista”. Sin embargo, “estamos para cumplir la ley, aunque sea nefasta” recalca, impotente.

Cátedra policial con nombre y apellidos

Veintidós años en el Cuerpo Nacional de Policía y diez más en el ámbito de las Artes Marciales. Tras semejante trayectoria, el subinspector José Luis Montes acaba de recibir el premio al Instructor Policial Internacional del Año.

Nuria Vázquez (BARCELONA)
Se crió entre tatamis, y su postura lo refleja. Cabeza gacha, puños cerrados, cuerpo tenso y barbilla próxima al pecho para proteger su rostro. Es la pose de un hombre que siempre está alerta. Alguien que ha dedicado toda su vida a defenderse y a enseñar a los demás a hacerlo. Desde su juventud, José Luis Montes imparte clases de Defensa Personal Oriental, Policial, Femenina y Tailandesa. Su experiencia y dedicación le hicieron adquirir cierto compromiso con la sociedad: “Observé que había profesores no titulados, con pocos conocimientos y sin experiencia, con unos métodos en mi opinión poco prácticos para resolver situaciones de agresión en la calle”. Y fue así como decidió fundar su propia organización (Asociación de Defensa Personal Oriental y Culturas Orientales). Fundó, incluso, su propio método: la Defensa Personal Oriental, inspirado en las artes marciales de algunos países de Oriente. “Son modernos sistemas de combate y de Defensa Personal Policial, lo que lo hace uno de los métodos de combate más completos, porque escoge las mejores técnicas de cada arte marcial y lo actualiza a la realidad de nuestro siglo”.

Su extenso currículum en el Cuerpo Nacional de Policía lo ha impulsado al podium más alto, donde acaba de recibir el premio al Instructor Policial Internacional del Año 2010. Un galardón que responde a 22 años trabajando para el cuerpo. Una larga trayectoria en la que perteneció al grupo especial GOES (Grupo Operativo Especial de Seguridad). Fue destinado a servicios internacionales en Mauritania –durante la Guerra del Golfo-, Argelia y Haití, donde participó en dos misiones de las Naciones Unidas para la estabilización del país. Custodió las calles de la ciudad desde los edificios más altos de Barcelona en ocasiones señaladas. Una de ellas, la boda de la Infanta Cristina, donde hizo de francotirador desde un edificio de la bulliciosa Vía Layetana.

Mujeres, policías y funcionarios de prisiones son algunos de los perfiles que forman su alumnado. Las exigencias de una sociedad violenta llevaron a Montes a recoger testimonios y formas de actuar de los agresores. A estudiar al enemigo para enseñar a la víctima a defenderse. “El perfil de mujer más agredida sexualmente es el de una chica rubia y con coleta”. Un objetivo vistoso y fácil de agarrar con una sola mano para inmovilizarla. Datos como ese hacen de sus cursos una forma práctica de garantizar una mayor seguridad en las mujeres. Aún así, no ha notado un aumento de alumnas inscritas. En su opinión, “la mujer no es realmente consciente del peligro que puede tener en el caso de una tentativa de agresión. Se apuntan sólo aquellas que han tenido algún pequeño susto y se sienten inseguras”.

José Luis Montes carga en sus espaldas una amplia y contundente trayectoria. Sin embargo, su próximo objetivo queda lejos de la frenética actividad que ha protagonizado su vida. “He visitado ya 45 países, y al cumplir los 60 pretendo haber llegado a los 100. Es una de mis metas”. Un perro viejo de la Policía Nacional que busca, ahora, olfatear un olor para él desconocido: el de la tranquilidad.